06 abril 2006

Amor de Fuego y Distancia

Imprevisto como un grito entre las ramas,
brotado de insomnios sin recuerdos,
hecho de espasmos matinales resignados,
de espaldas a lo real y a lo concreto
yo soñaba con furia intensamente
para ocultarme de mi nada sin motivos.

Seres extraños me nacían
de ese largo rechazo de las horas:
Sombras sin consistencia ni medida...
jirones de ideas remedando sentimientos...
piezas sueltas y cambiables de mi cara...
muertes a mi antojo de mi cuerpo
y el lujo de volver como algún otro...
Presencia aceptable y provisoria,
eterno extranjero y de pasada,
espectador perpetuo de mi ausencia,
lograba encarnar banderas transitorias
para mejor demostrar mi irrealidad.

Me consagraba yo llama y espíritu
y hablaban por mi boca las deidades...
hasta disolver mis labios en la burla.

O bien me nombraba arado sin fatiga
y el fruto me crecía entre las manos...
Pero mi sudor no era salobre ni de tierra,
sino insípidos, sin peso y sin medida,
el pan el agua y el reposo míos.

A veces me erigía en espada y en castigo
y me decía salvador de todo hombre:
de los rostros y los cuerpos humillados
por la dura prepotencia de los fuertes...
Pero pronto el cansancio me alcanzaba
de dar golpes fantasmas y por juego.

Buscaba entonces diversión en otras guerras,
al asalto de los cuerpos y los besos...
Pero guerrero triunfador de mil despojos
o amante traicionado sin recurso,
siempre ganaba yo toda batalla
pues no esperaba nada de los otros.

(Pero al cabo de mil noches sin recuerdos
me brotaron dos luceros pequeñitos,
dos luciérnagas tibias en mis manos,
dos miradas que ardieron mis entrañas,
me volvieron corazón de tierra viva,
me crearon un cuerpo entre los vientos
y me dieron el arraigo sin escalas
de una piedra sumergida en esta estrella,
de una fuente manando inagotable
el brutal privilegio sin fronteras
de tener el deseo de algo bueno,
de buscar una idea que me entregue
si cerrojos... sin puertas... sin barreras...)

Y un día como todos, sin saberlo,
comencé mi existencia inevitable.

Primero una pregunta sin motivo.
Una palabra suelta como el eco.
La tristeza por el mal sembrado.
La ambición de manos impacientes
junto a la espera del árbol florecido...

Y después, súbitamente, la certeza.
La evidencia del grito en plena tarde.
La verdad del mar irremplazable.
Vencido y triunfador en plena aurora,
libre como un pájaro sin alas,
conocí tu nombre y tus ojos de agua viva
y me supe nacido en este mundo.

Mírame que resurjo entre las tumbas.
Reniego de mis muertes del pasado.
Me olvido de las sombras y me alzo vulnerable.
Los vivientes me enseñan su agonía.
Aprendo el dolor y la angustia compartidos,
la sangre propia por la herida ajena...
Me lastima el silencio de los niños,
me castiga la sed de los caídos,
tengo hermanos torturados sin mañana,
me siento culpable de toda pesadumbre
y sólo me queda el degollar la aurora
y sangrarla de la luz de toda espera.

¡Oh mi amor! mi amor de fuego y de distancia...
En ti, por ti, sin ti, lejos de ti, trágicamente,
estoy en vida sin cerrar los ojos.


desconozco el autor


FLOR DE UN DÍA

Yo di un eterno adiós a los placeres
cuando la pena doblegó mi frente,
y me soñé, mujer, indiferente
al estúpido amor de las mujeres.

En mi orgullo insensato yo creía
que estaba el mundo para mí desierto,
y que en lugar de corazón tenía
una insensible lápida de muerto.

Mas despertaste tú mis ilusiones
con embusteras frases de cariño,
y dejaron su tumba las pasiones
y te entregué mi corazón de niño.

No extraño que quisieras provocarme,
ni extraño que lograras encenderme;
porque fuiste capaz de sospecharme,
pero no eres capaz de comprenderme.

¿Me encendiste en amor con tus encantos,
porque nací con alma de coplero,
y buscaste el incienso de mis cantos?...
¿Me crees, por ventura, pebetero?

No esperes ya que tu piedad implore,
volviendo con mi amor a importunarte;
aunque rendido el corazón te adore,
el orgullo me ordena abandonarte.

Yo seguiré con mi penar impío,
mientras que gozas envidiable calma;
tú me dejas la duda y el vacío,
y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.

Porque eterno será mi amor profundo,
que en ti pienso constante y desgraciado,
como piensa en la gloria el condenado,
como piensa en la vida el moribundo.


autor: MANUEL MARIA FLORES..

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